viernes, 23 de mayo de 2014

ELLOS SE DIVIERTEN HASTA LOS DOMINGOS

Por Luciana Prodan



El domingo para nosotras es un día crucial. Nuestra enmarañada psiquis femenina- que no está preparada ni hecha para soportarlo- se anuda de la forma más tremenda dejándonos presas del mal humor y la angustia. Decirles que algo parecido nos ocurre con nuestro pelo, me parece redundar. Todas sabemos que nuestro pelo siempre tendrá dos enemigos indiscutibles e inevitables: 1- el domingo 2-la humedad.
Como les decía, en realidad, todo está enredado. Porque los domingos son –irónicamente- el principio y el final de todas aquellas cosas que fuimos acumulando durante la semana: peleas, pasión, odio, amor, soledad, angustia, hambre, ganas, éxitos, fracasos, euforia, cansancio, ropa, mugre, platos, comida, kilos, etc; etc; etc.
Intentamos no volvernos susceptibles. Queremos que las horas pasen; pero resulta inútil. Nada nos distrae. Nada nos conforma. Nada nos llena y, por lo mismo, alejarnos de la heladera se transforma en nuestro desafío más vital.
Ser mujer es complicado. Muy complicado. Pero ser mujer y sobrevivir a los domingos es casi un milagro. La nostalgia –en el caso de estar solteras- se apodera de nosotras. La soledad –en el caso de habernos separado hace unos meses- nos persigue hasta acorralarnos, y la violencia –en el caso de estar casadas o en pareja-  se despierta –de pronto- enfrentándonos a la pesadilla más terrible: La realidad. La misma realidad que nos obliga a abrir bien los ojos y, sin piedad, nos transforma en testigos involuntarias del  “placido domingo” que él disfruta a todo volumen; sin culpa, sin prisa  y sin pausa.
Los hombres tienen una particularidad: no disfrutan cuando sufren. Son más prácticos. Más resolutivos. Es decir, si es domingo y están solos, esa siempre será una buena excusa para juntarse con sus amigos. Si es domingo y están separados, ir al cine solos,  es el sueño que están a punto de cumplir.  Y si es domingo y están casados,  van a sentirse los hombres más felices del planeta sólo por el simple hecho de dormir. Que para nosotras de simple, no tiene nada. Dormir, digo. En cualquiera de los casos, a diferencia de nosotras, disfrutan. Y duermen; que no es poco.
Sí; porque ellos a pesar de todo –y de que es domingo también- son felices. Genuina y visceralmente felices. Son hombres, y por eso, van a evitar el sufrimiento siempre o, al menos, van a intentarlo.
Pensándolo bien, los domingos son –de alguna manera- el “fin de año de la semana”. Y todas sabemos que para nosotras, copas más, copas menos…los “fines de año” nunca son un trago fácil de pasar , y menos, de digerir.
Luciana Prodan.



UN BESO Y UNA FLOR, por favor



UN BESO Y UNA FLOR, por favor.
Por Luciana Prodan
A las mujeres no nos importa si las flores se marchitan y los bombones engordan, dijo mi amiga (sentenciando) mientras ponía los ojos en blanco y se tomaba la última copa de vino tinto que estaba sobre la mesa. Y tiene razón. Eso es verso. A las mujeres nos encanta que nos sorprendan. Porque a las mujeres lo único que nos interesa es que se acuerden de nosotras. No importa cómo ni de qué manera, pero que se acuerden. Que nos tengan en cuenta. Saber que ése hombre en algún momento del día invirtió parte de su –valioso y sobrevaluado- tiempo en intentar sacarnos una sonrisa, nos conmueve de una manera intransferible. Por no decir que nos hace explotar en llanto de la manera más absoluta y brutal.
Pero como los hombres que regalan flores y bombones –sinceramente- no abundan, y los que eran capaces de regalarnos las dos cosas juntas –prácticamente- se extinguieron, empezamos a mentir. A mentir de la manera más patológica y despiadada. A repetir una y mil veces que nada nos conmueve. A engañarnos y engañarlos de la manera más absurda y destructiva, pensando que de esa manera nos protegemos de su indiferencia. Decir que no nos funciona, me parece redundar.
Porque a nosotras –irónicamente- el romanticismo nos enciende. Sí, nos enciende. El romanticismo, lejos de empalagarnos -como muchas afirman de la manera más compulsiva- nos erotiza. Nos predispone. Porque no hay nada más excitante que saber que él (ese hombre que nos interesa) se acordó de nosotras. Que pensó en nosotras y, como si todo eso fuera poco, no tiene la más mínima intención de ocultarlo. Un hombre romántico, siempre será un hombre valiente. Pero claro, volvemos al principio, no abundan. Eso está clarísimo.
El problema es cómo y de qué manera resolverlo. No es fácil salir a gritar que todo eso que se dice por ahí es mentira, y que las mujeres necesitamos amor. Que nos gusta que ellos nos traigan el desayuno a la cama y nos regalen ositos de peluche. O sea,  nosotras (que ya tenemos bastante con todo lo que nos pasa) no vamos a empezar a dar vuelta todo un discurso que se instaló de la manera más irrefutable. Es decir, no vamos a quedar como unas idiotas llorando a moco tendido por un miserable ramo de flores, demostrando que el gesto nos conmovió –por lo menos- hasta medula. Y así, la cosa se complica cada vez más. Les mentimos y nos mienten. Los buscamos y se esconden. Los encontramos y desaparecen?. Como sea, no nos está dando buenos resultados. Hacernos las desalmadas y fingir que no necesitamos del romanticismo para sentirnos un poquito más queridas, evidentemente no funciona. Y lo peor de todo es que ellos…ya lo saben.
Luciana Prodan.



Solterita y ¿sin apuro?



SOLTERITA Y ¿SIN APURO?
Por Luciana Prodan
Por alguna extraña razón (o por los mandatos que hemos heredado y han quedado grabados a fuego en nuestras venas) las mujeres somos perseguidas –desde siempre-  por el viejo y renovado estigma de la soltería. Un viejo y renovado estigma que nos persigue (pisándonos los talones y el orgullo ) a cada reunión social o familiar  a la que nos inviten y, como si eso fuera poco, se mete cada noche en nuestra cama haciéndonos sentir solas…¿ y culpables? .
Como sea, la lectura que la sociedad –y nosotras mismas- hacemos del asunto convierte a los hombres solteros en una especie de seres superados o seguros de sí mismos, y a las mujeres –que tienen el mismo estado civil- en insatisfechas, solas, fracasadas, resentidas o frustradas.
Resulta curioso, con los hombres no sucede lo mismo. O mejor dicho, sucede todo lo contrario. O sea, si un hombre está soltero deducimos (indefectiblemente) que es una elección. Que lejos de ser un “defecto” o un padecimiento,  este pobre hombre todavía no ha encontrado a “esa”  mujer que comprenda la naturaleza de su esencia. Entonces,  de la manera más prolija e inteligente, espera la llegada de esa compañera que todavía no tuvo la “suerte” de encontrar. Y digo la suerte, porque muchos, en lugar de sufrir la soltería –a diferencia de nosotras- la festejan y brindan con los amigos en cada asado por un año más sin llamados, ni reclamos, ni compromisos.
Afortunadamente, todo lo establecido respecto a la soltería es prejuicioso y falso. Porque cada mujer vive la soltería como puede. Están las que aman la soltería y la sienten como un momento más de la vida; y las que la eligen como una opción, si de parejas hablamos, porque creen en otro tipo de vínculo que no debe ser el del compromiso absoluto. Están las comen 3 kilos de helado… y las que bajan 15 kilos en el gimnasio.
Por eso, desde mi punto de vista, soltería y soledad refieren a dos realidades completamente diferentes. La soledad (aunque parezca una redundancia) no tiene que ver necesariamente con la presencia de una pareja. La soltería, sí. Es importante dejar de transformar un estado civil en un estado del ser. Es vital entender que estar solas, no es lo mismo que estar solteras. Por otra parte, esta traspolación, además de nociva y tramposa, ha alimentado a varias generaciones de mujeres que, en muchos casos, prefirieron vivir sus días (civilmente casadas) desde una clara y desalentadora soledad vital. Y nosotras sabemos muy bien, que estar solas pero acompañadas es sentir la cama más vacía que nunca.
Entender que estar solteras no es un karma, me parece interesante. No es una brujería que nos hicieron, ni el final de nada. Estar solteras es –entre otras cosas- la posibilidad de hacernos felices todos los días. Y para eso…¿quién mejor que nosotras?
Luciana Prodan.