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INFIEL
“La
monogamia es posible, como el arte, pero no es natural; es más natural un
modelo sexual en el que la gente encuentre una pareja, haga promesas y luego
las rompa. En realidad, lo natural, es una retahíla de corazones rotos”,
sentenció Judiht Eve Lipton, psiquiatra del Medical Center en Washington, investigadora,
y coautora del libro The Myth of Monogamy, en una entrevista realizada por
el gran Eduard Punset. Y es así. Nos guste o no nos guste, la monogamia no es
natural. Esta certeza (científica, real e irrefutable) nos apunta con el dardo
de lo inevitable directo al centro del alma. Un dardo certero que, aunque
intentemos esquivarlo, nos pisa los talones persiguiendo nuestros deseos y
aniquilando nuestras tan vapuleadas ilusiones. No somos fieles por naturaleza. O,
al menos, no estamos programados biológicamente para eso, pensé (intentando
reflexionar en voz baja), mientras releía la entrevista con entusiasmo. Pero el
entusiasmo duró poco. De pronto, la incertidumbre se apoderó de mí. Porque si
bien es cierto que nunca creí en la fidelidad, el amor eterno y todo el combo
que (con moños, globos de colores y corazones) quieren vendernos para llenarnos
de culpas y exigencias, la confirmación no dejaba de angustiarme. Qué se yo, no
quiero ponerme sensiblera, pero tampoco voy a mentirles. Es decir, todos –en
algún momento- nos damos cuenta de que los Reyes son nuestros padres…pero, sin
embargo, seguimos poniendo religiosa e irónicamente el pastito y el agua para
los camellos. O sea, sabemos que nos mienten, pero necesitamos mantener –por
algún motivo- esa ilusión.
Como sea,
el tema nos atrae. Da lo mismo si estamos en la puerta del colegio, la feria o
el club house del country más exclusivo de la Argentina; si hay alguien que es
víctima o victimario de la tan temida infidelidad, nosotros queremos saber.
Todos quieren saber. Y con los famosos nos sucede lo mismo. Las celebrities y
los programas de chimentos nos invitan a deleitarnos con debates, audios, fotos
y videos. Saben qué vende, y no van a perderse el negocio de lucrar con la
dignidad ajena, escudados en la morbosidad y el sadismo propio de aquél que
juzga a los demás (siempre desde su falsa moral) y ocupando el –apestoso- lugar
de juez disfrazado. Y es así como logran intoxicarnos con padecimientos cinco
estrellas, haciéndonos sentir ¿un poco más afortunados?. Como sea, el arte de
persuadir se les hace carne. Nos vulneran y nos entretienen (con o sin
pochoclos) de la manera más adictiva. Logran vendernos lo que nunca quisimos
comprar y, sin embargo, seguimos encantados mirando la caja boba… perdonando lo
imperdonable.
Luciana
Prodan.
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